Vicente Blasco Ibañez by Cañas y barro

Vicente Blasco Ibañez by Cañas y barro

autor:Cañas y barro
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Vicente Blasco Ibáñez

a él que si la gente no trabajase se viviría mal. Conforme; serían menos en el mundo, pero los que quedasen permanecerían felices y sin cuida- dos, subsistiendo de la inagotable misericordia de Dios... Y esto forzosa- mente había de ocurrir: el mundo no sería siempre igual. Jesús había de volver, para enderezar de nuevo a Iqs hombres por el buen camino. Lo había soñado muchas veces, y hasta en cierta ocasión que estuvo enfer- mo de tercianas, cuando le entraba el frío de la fiebre, tendido en un rib- azo o agazapado en un rincón de su ruinosa barraca, veta la túnica de Él, morada, estrecha, rígida y el vagabundo extendía sus manos para tocarla y sanar repentinamente.

Sangonera mostraba una fe tenaz al hablar de este regreso a la tierra. No volvería para mostrarse en las grandes poblaciones dominadas por el pecado de la riqueza. La otra vez no se presentó en la inmensa ciudad que se llama Roma, sino que había predicado por pueblecillos no may- ores que el Palmar, y sus compañeros fueron gente de percha y de red, como la que se reunía en casa de Cañamel. Aquel lago sobre cuyas olas andaba Jesús con asombro de los apóstoles, seguramente que no era más grande ni hermoso que la Albufera. Allí entre ellos vendría el Señor, cuando volviese al mundo a rematar su obra; buscaría los corazones sen- cillos, limpios de toda codicia; él sería uno de los suyos. Y el vagabundo, con una exaltación en la que entraban por igual la embriaguez y su extraña fe, se erguía mirando el horizonte, y por el borde del canal, donde se quebraban los últimos rayos del sol, creía ver la figura esbelta del Deseado, como una línea morada, avanzando sin mover los pies ni rozar las hierbas, con un nimbo de luz que hacia brillar su cabellera dorada de suaves ondulaciones.

Tonet ya no le oía. Un fuerte cascabeleo sonaba en el camino de Catarroja, y por detrás de la choza del peso de los pescadores avanzaba el toldo agrietado de una tartana. Eran los suyos que llegaban. Con su vista de hijo del lago, Sangonera reconoció a larga distancia a Neleta en la ventanilla del vehículo. Después de su expulsión de la taberna, nada quería con la mujer de Cañamel. Se despidió de Tonet y fue a tenderse de nuevo en el pajar, entreteniéndose con sus ensueños mientras llega- ba la noche.

Se detuvo el carruaje frente a la tabernilla del puerto y bajó Neleta. El Cubano no ocultó su asombro. ¿Y el abuelo...? La habla dejado empren- der sola el viaje de regreso, con todo el cargamento de hilo, que llenaba la tartana. El viejo quería volver a casa por el Saler, para hablar con cier- ta viuda que vendía a buen precio varios palangres. Ya llegaría al Palmar por la noche en cualquier barca de las que sacaban barro de los canales.

Los dos, al mirarse, tuvieron el mismo pensamiento. Iban a hacer el viaje solos: por primera vez podrían hablarse, lejos de toda mirada, en la profunda soledad del lago.



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